miércoles, 18 de noviembre de 2015

TALLER DE HABILITACIÓN LENGUA CASTELLANA SÉPTIMO PRIMERA PARTE



TALLER DE HABILITACIÓN LENGUA CASTELLANA SÉPTIMO

Leo los siguientes textos y luego respondo las preguntas de única opción.

Texto 1
TU SANGRE, MUCHACHO, TU SANGRE

 Ajá muchacho te voy a pillar. ¿Te falta malicia o conocimiento táctico? Has cometido una novatada y éstas se pagan caro, no lo olvides. ¡Cómo se te ocurre dejar aquí ese charco de sangre! ¡Y qué charco de sangre! Mire ese manchón sobre la hojarasca, se ve que andas mal, muchacho, todavía no se ha secado bien. Y aquel otro manchón y este otro más, la estás regando por todas partes. Tienes sangre roja, muchacho, claro que cosa digo, todos los hombres tenemos sangre roja. Bueno, pero era que yo creía que ustedes no tenían sangre roja, carajo, fue que pensé que tenían candela en las venas, así nos lo dijo el teniente, no recuerdo qué día, ¿así qué tienes sangre roja eh? Pues pensándolo mejor, está bien que la tengas, pero está mal, muy mal, recuérdalo muchacho, que la vayas derramando sin ton ni son por el camino. ¡Y qué camino, muchacho! Es el camino de tu huida, la distancia que te separa de mí, el camino que ya mismo voy a seguir. Mejor dicho muchacho, es el camino de la muerte. Muchacho, no te olvides que estamos en guerra y tu la vas a pagar muy caro, porque cometiste la novatada de ir dejando este rastro de sangre. ¿pero ya qué más hacemos, ah? Tú mismo has señalado el camino, has puesto las marcas para que te persiga...y...
Por: GERMAN SANTAMARÍA (colombiano

Texto 2
MASA

Al fin de la batalla,
 Y muerto el combatiente,
 Vino hacia él un hombre
Y le dijo:”! No te mueras, te amo tanto
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.
 Acudieron a él veinte, cien, mil,
 Quinientos mil,
 Clamando: “!tanto amor y poder nada contra
La muerte!”.
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
Con un ruego común:”!quédate, hermano!”.
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
Le rodearon: les vio el cadáver triste, emocionado:
Incorpórese lentamente,
Abrazó al primer hombre y echóse a andar.
Por : CESAR VALLEJO (peruano)


1.Completo la analogía: texto 1 : narrativo:: texto 2 :
a. prosa
b. lírico
c. dramático
d. estrofa 

2. Los dos textos se parecen porque:
a. hablan de la muerte
b. tienen palabras
c. son líricos
d. están en primera persona

3. Inferir consiste en comprender con lógica lo que el texto dice, incluso si no se conoce de que está hablando: en otras palabras, inferir es extraer los contenidos ocultos del texto. De la expresión “pero era que yo creía que ustedes no tenían sangre roja, fue que pensé que tenían candela en las venas” se puede inferir que:
a. los creían muy fuertes
b. los creían muy débiles
c. el teniente estaba alegre con el descubrimiento
d. todos tenemos sangre roja

4. Del texto 2 se deduce que:
a. nunca hubo muerto
b. el combatiente estaba gravemente herido
c. el combatiente prefirió hacerse el muerto
d. el combatiente murió

5. Los dos textos exponen sus ideas con mecanismos diferentes: el segundo es poético, el primero es:
a. narrativo
b. histórico
c. periodístico
d. epistolar

6. Por las características del texto 1 se puede decir que hace parte de:
a. una historia
b. una carta
c. un ensayo
d. un poema

7. Intertextualmente hablando se puede afirmar que el tema es.
a. el anhelo de libertad
b. las ansias de vivir
c. la desilusión y el pesimismo
d. la muerte

8. En la expresión “has cometido una novatada y éstas se pagan caro” el pronombre éstas se refiere
a: a. las malicias
b. los conocimientos
c. las diferencias de opiniones
d. las inexperiencias


9. Elaboro diferentes textos: uno periodístico, uno lírico, y un ensayo. Los temas tratados aquí deben ser tomados del fragmento de la REBELIÓN DE LAS RATAS presente en éste blog.

10. Realizar un dibujo para cada texto según actividad número 9.

SUGERENCIAS.
1.REALIZAR EL TRABAJO TODO A MANO, SOLO PUEDE IMPRIMIR LAS LECTURAS.
2. PRESENTAR ESTA PRIMERA PARTE PARA EL DÍA LUNES 23 DE NOVIEMBRE.
3.EL LUNES 23 DE NOVIEMBRE LLEVAR PORTÁTIL PARA LA SEGUNDA PARTE DE LA HABILITACIÓN.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Masajes moderados


Masajes moderados


Los masajes continúan ganando popularidad. Son parte integral de la terapia física, la medicina deportiva y el cuidado médico. Igual para aliviar tensiones, relajarse o sentirse bien.

El masaje es la manipulación rítmica y firme (mediante golpes suaves, presión y movimiento) de los tejidos suaves del cuerpo –piel, músculos, tendones y ligamentos-. Pero tenga cuidado, no cualquiera puede hacer un masaje. Escoja una persona o un centro de calidad y experiencia.

Se requiere un área cálida, libre de ruidos e interrupciones, una música a bajo volumen y un buen aceite mineral. Pero, ojo, no se extralimite. Generalmente con un masaje uno debe sentirse bien. Si no es así, dígalo pronto.

Recientes estudios indica que los bebés prematuros que reciben masajes regulares muestran mejor crecimiento y desarrollo. Además, el masaje puede aliviar la depresión de los adolescentes, el estrés en los adultos… pero eso no significa que sea la respuesta a todos sus problemas de salud. Por ejemplo, no debe hacerse en el sitio de una herida abierta. Una infección de la piel, flebitis o cáncer.

Tomado de “El Tiempo”




jueves, 5 de noviembre de 2015

LA REBELIÓN DE LAS RATAS (LEER SIGNIFICA: SABIDURIA)



LA REBELIÓN DE LAS RATAS

Después de que se descubrieron las minas de carbón en aquel vasto territorio, llegaron de los diversos puntos de la república gentes de toda condición nacional, pero generalmente desheredados, fugitivos y vagabundos. Rondaron por entre los cultivos, acudieron hasta las casas hospitalarias, siempre abiertas al forastero, y en ellos fueron infiltrando la savia de sus pensamientos, el veneno de sus convicciones, el lenguaje rebuscado de sus argumentos.
Entonces los dueños de aquellas parcelas-verdes en invierno, doradas en verano-tuvieron que abandonarlas, entregándolas a la voracidad de los compradores. Algunos, inclusive, se vieron amenazados de muerte. Pero los más terminaron cedieron de buena gana, antes las promesas de un buen futuro de abundancia y prosperidad.
Luego de conquistada la tierra vino la invasión mecánica: camiones, palas, grúas… crujieron las montañas centenarias al sentir en base la puñalada del acero; se descuajaban con quejidos casi humanos los árboles enormes de los boscajes: las casas humildes, fabricadas de paja y barro, cayeron con sus ensueños ancestrales ante el empuje de la codicia.
No eran malas, quizás, las intenciones de los que esbozaron el proyecto. Pero a través de centenares de labios y de cerebros diversos, las palabras y los pensamientos fueron deformándose. Y aquellos hombres silenciosos y rústicos no adivinaron lo que vendría.
Ocurrió pronto. El valle estaba habitado por doce o quince familias regadas en todas direcciones: el rancho de los Morenos, la fundación de los Montoyas, la casita de los Ramírez… así por todos lados, un nombre amigo, un rostro sonriente, una mano franca. Y luego, de la irrupción del progreso, fueron decenas de familias agrupadas en barrios miserables, apiñadas como tallos de trigo. Las construcciones apresuradas  crecieron como cizaña. Casas de latón, de madera, de piedras y de cemento. Y de allí surgió el pueblo: Timbalí.
Eran rostros y conciencias distintas pero era un solo idioma. Y de súbito llegaron los extranjeros: ingleses, franceses y alemanes,… desterrados los unos, atraídos los otros por la sed de fortuna, guiados los demás por intereses de variada índole. Penetraron al valle las palabras duras, metálicas, los rostros colorados y los cabellos rubios, casi blancos. Mujeres altas y pálidas remplazaron a las hembras morenas y ardientes de antaño.
Construyeron casa de aspecto raro, con los tejados terminados en punta, con puertas de vidrio y de metal. Y fundaron, a un lado del pueblo de los trabajadores, una especie de barrio, con calles pavimentadas. Allí vivían esas pocas familias, cuyos hombres vinieron pronto a mandar a los otros, en los dueños de la tierra. Seres rubios que decían very good, invadieron las oficinas, construidas apresuradamente en las estribaciones de la montaña. Y los que antes fueran amos absolutos de aquellos rincones, de los que habían ido para siempre el sosiego y la paz, se vieron obligados a obedecer a los extraños.
Principió la explotación de carbón en gran escala. Las montañas que rodeaban maternalmente el valle contenían una incalculable riqueza. Bajo la tenue capa de verdura se ocultaban millones de toneladas de mineral. Tanto, que en cincuenta años apenas si se haría pequeña mella en su inmensidad.
Por los campos ya secos y abandonados, se tendieron los caminos metálicos. Los hombres inclinados sobre la tierra, clavaban en su vientre largas púas de acero para sostener las líneas por las que, meses después, corrían veloces locomotoras lanzando el aire sus eructos negros, arrastrando tras de sí largas filas de carros que transportaban carbón hacia la capital.
Entre los hombres atraídos por el vértigo llegó una mañana de tibio verano Rudecindo Cristancho. Era alto, delgado, de apariencia débil; la espalda inclinada siempre; los ojos bajos, la boca cerrada herméticamente; con las palabras justas para medio hacerse entender; las manos grandes, nervudas, descarnadas, largas y magras las piernas. Esto en lo físico. Y en lo intelectual, resignado hasta el sacrificio; pero no por heroísmo, sino por ignorancia. No supo nunca quiénes fueron sus padres, ni le interesó averiguarlo. Sus recuerdos arrancaban de una época muy remota: trabajaba en una finca como mandadero, y soportaba los latigazos del dueño cada vez que no cumplía cabalmente sus deberes, quizá desde entonces le nació una resignación fatal, completa, terrible, ya que su alma había sido cruelmente deformada por la vida misma.
Después de ese período doloroso se encontraba – en la cinta de sus evocaciones – trabajando como mecánico en un taller, en una ciudad lejana, ya esfumada en la memoria. Y luego Pastora… era su esposa. La conoció en el campo, en donde estaba colocado como jornalero, ganando sesenta centavos diarios. De ello hacía algunos lustros ya. Se enamoraron. La mujer era bonita. Buena hembra, como decían los vecinos.
Rudecindo se sintió fascinado por sus ojos negros, su rostro fresco y sano, su cuerpo vibrante y erguido y olor de mujer plena. Y se casaron.
Vinieron los sufrimientos, las miserias… Días enteros en que apenas tuvieron con qué comprar el pan. Después les llegó una hija. Le pusieron María Helena de Nuestra Señora de las Mercedes, pero todos, desde pequeña, le decían cariñosamente Mariena. Tenía catorce años…
Luego, nació el hijo: Francisco José de la Santa Cruz. Peor le decían Pancho, para ahorrar tiempo. Tenía doce años. Era delgaducho como el padre; pero, al contrario que él, de un carácter vivo, alegre, emprendedor; y también violento. Porque en su alma infantil, que había copiado como una filmadora las amarguras y las traiciones, brotó una chispa de rebelión que permanecía oculta, agazapada como una fiera que, en ocasiones, enseñaba las garras.
Esa era la familia de Rudecindo Cristancho. Su mujer, su hija,  su hijo… y posiblemente otro. Porque Pastora hacía ya siete meses que estaba embarazada.
Tal vez el mismo Rudecindo no supo de dónde había llegado, ni a qué. Quizá lo empujó el vértigo. Ese que llevó al valle a tantos hombres, a tantas mujeres, a tantos niños. Todos con la ilusión de una riqueza fácil, de un jornal suficiente; todos con el anhelo de vivir mejor, de dar un vuelco a la monotonía de su tránsito por el mundo. Eso los guiaba al progreso creciente de Timbalí. Una ansiedad oculta a veces, a veces manifiesta, pero siempre existente, por el cambiar de vida, por mejorar, por tener con qué comprar un traje nuevo, una silla, una mesa. Lo que, en síntesis, constituye la felicidad, conforme se conciben muchos.  Esa felicidad material, esa satisfacción de los sentidos: agua para el sediento, pan para el hambriento, ropa para el desnudo, cama blanda para el fatigado, consuelo para el afligido… todos corriendo tras de la felicidad. Y esta siempre esquiva, inasible, porque detrás de cada sueño realizado hay otro para realizar.
Fernando Soto Aparicio.
(Fragmento)